Ayer me mandé, literalmente a freír esparragos... trigueros para más inri; Y con el estómago lleno, socialicé con poesía, tuve una interesante conversación guitarra vs bajo; Me subieron el ego con adulaciones centesimales, hice balance de amigos perdidos, me descojoné escuchando un par de historias de chicas con el corazón roto por haberse enamorado de un cabrón (con la cantidad de buenazos que hay por el mundo... putas modas!!!) y encontré cuatro o cinco respuestas en mi diálogo nocturno habitual con la almohada.
La vida es un microrelato sin moraleja; cada decisión es una enfermedad con su medicina acorde: cada error tiene su cicatrizante y los aciertos son recompensados con la envidia o el menosprecio de algún erudito de la amargura a los que conviene ignorar.
Supongo que muchos degustan el sabor de los sueños que se les cumplieron, y abducidos por ese relativo amargor renuncian a intentar volver a manchar el babero de la indulgencia plenaria de ese rollo "disfrutemos mientras podamos" que el pesimismo generalizado se ha encargado de enterrar.
Por suerte, yo no sueño: degusto o, en su defecto, palpo o aprecio lo que el azar tiene a bien poner delante mío. Y soy feliz, básicamente, porque no comparo mi alegría con la de los demás, es más, las sonrisas ajenas benefician a mi particular manera de enfocar la escena que nos toque representar. Ojalá todos mis vecinos se sintieran tan afortunados como yo...
Cada día es un adverbio de tiempo, cada minuto una escena de humor, seguida por unas risas enlatadas y unos segundos de thriler dramático que a veces acaba bien y otras, no tanto. El secreto es que tu improvisación transmita alegria o ayude a otro a reinterpretar sus desgracias con una dosis menor de ridículo. Comediar te enseña a hacer reír y si los de alrededor disfrutan, tú recibes las ondas positivas necesarias para abastecer las penurias del mañana.
Lo dicho: palpar, degustar y tratar de disfrutar (dream, dream, dream...)
Salu2
Y nos vemos...
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