El soplido de Boreas.

El sol y Boreas se pusieron de acuerdo; Momento propicio para estrenar un abrigo, una bufanda de rayas y unas gafas de sol, de esas que te oscurecen media cara y esconden la sinceridad de la expresión de tu mirada. Equivocos no, por favor...

El reloj apura las constantes de su vibración. Esperar no es una opción y es tarde para poner una vana escusa. Así que enfundado en mi disfraz de "cool strange" me abro paso entre la multitud y desvirtúo algunos mitos limando los restos de aspereza que podrían quedar entre nosotros. La conversación es fría como el ambiente, me gustaría que terminara rápido, saldar deudas pendientes, dejar que expiren los contratos, firmar el finiquito, tener la capacidad de desaparecer, la combustión espontánea, la volatilidad de los espíritus libres que nunca flaquean, la inmortalidad o la posibilidad de volar y esfumarme sin dar razones;

Pero la ambigüedad no se acepta. La espontaneidad está sobrevalorada; y no, no puedo utilizar metáforas, ni ser irónico, ni demasiado elocuente... debo acoplarme al tono poco certero de las conversaciones que no conducen a ningún sitio. Las entendederas del conversador del otro lado de la mesa están limitadas, son muchos años de excesos y cavilaciones poco profundas.

Evidentemente, me aburro; pero contengo el bostezo y mantengo la falsa solemnidad porque sigo siendo algo educado y he catalizado mi odio tantas veces, que la diplomacia relativa se ha apoderado de mis adjetivaciones y los registros de mi lenguaje son lo suficientemente variados para inmiscuirme en la elocuencia de la vulgaridad mezclada con parafraseados e imitaciones simples.

Media hora más que pierdo; 3euros de cafés; pago yo... humo impregnado a la lana de mi jersey de cuello vuelto. El avión espera...

¡hasta nunca! ¡espero no volver a verte! sin rencores, me mantengo impasible, un apretón de manos precede la instantánea de su boca abierta. Y no hay nada más que hablar. Olvidemos lo sucedido; no merece la pena darle más vueltas. Dividamos nuestros destinos y despreocupémonos por fin de la oblicuidad del vaivén del otro.

Boreas acabó con todo; un soplido de viento frío fue suficiente para convertir en carámbano los restos de calor que quedaban en el firmamento. El horizonte es tan plano... no le encuentro utilidad a lo aprendido y aunque me encanta suponer y ensoñar. Cierro la puerta.

Salu2.

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