Imposibles.

Hoy se cumple un año de la victoria de España en el mundial de Sudáfrica... extraño bucle cerrado en el que se convierte la vida, a veces.

Hace un año y un mes, más o menos, un país entero estaba ilusionado con un equipo que había logrado ser campeón de algo después de un millón de fracasos y desilusiones. Y, de repente, llegó Suiza: neutral y ajena a casi todo como siempre, para ponernos a todos los pies en el suelo.

La prensa del día siguiente se plagó de titulares pesimistas, las calles de malas caras, el todo se convirtió en nada... y el 90% del país pensó que ésto no era más que la repetición de la película de siempre. Yo entraba entre el 10% que tenía la convicción de que este año sí, entre otras cosas porque creo que es importante mantener la esperanza, al menos, hasta que la realidad o los datos reales demuestren lo contrario.

Y se sufrió ante Honduras, y todos vimos en Chile un fantasma horripilante capaz de decapitar cualquier atisbo de ilusión que nos quedara... pero pasamos la primera fase. Y llegó el monstruo portugués disfrazado de exnovio que no olvidas... pero nos hicimos fuertes y también quedó atrás. Y luego Paraguay y su rocosidad imbatible: y recurrimos a los santos y a la suerte que nunca habíamos tenido. Y soportamos una pena máxima en contra y un penalty a favor fallado en la repetición y un gol a última hora que necesito un montón de rechaces en los postes. Porque lo difícil hace que la victoria, posterior, sepa mucho mejor.

Y en semifinales, los que siempre ganan. Pero la máquina mejor engrasada tampoco fue una pega en el camino a la victoria. Porque no hay mejor ataque que una defensa sobrevolando el terreno minado en el que tanta gente había tropezado y caído antes. Porque somos pequeños de estatura, pero grandes en corazón y en optimismo.

Pero el sabor de la victoria no es completo hasta que no levantas la copa. La última piedra del camino renunció a todos sus principios y nos cosió a palos: como queriendo demostrar que no, que la vida es una mierda y que tú no vas a poder ganar nunca. Y el árbitro se tiñó de naranja, y las gradas estaban repletas de banderas tricolor. Pero era una oportunidad única. Y controlamos la posesión, nos quitamos las caretas, nos desnudamos para demostrar al mundo que vale más una convicción y un estilo que toda la mierda con la que pretendan enterrarnos. Y rozando la épica, cuando tod@s creían que era imposible el puñal de los Palacios apuró su aliento en la carrera de su vida, los astros se aliaron en una combinación imposible, y la Torre tantas veces derrumbada se colgó de la ilusión para que el hombre que nunca había visto el sol encendiera las luces del país de los desconfiados.

Todo es posible si no nos empeñamos en lo contrario. Lo único inevitable es la muerte, para lo demás siempre hay una enmienda, un atino, un sinfín de alientos, o una convicción que nos acaba haciendo grandes.

Salu2.

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